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El desempleo y la inflación




Enviado por jvillalva



Partes: 1, 2

    1. La Gran
      Depresión
    2. Desempleo
      moderno
    3. Ciclos
      especiales
    4. Causas de los
      ciclos
    5. Efectos aceleradores y
      multiplicadores
    6. Regulación de los
      ciclos
    7. Tipos de
      inflación
    8. Historia
    9. Causas
    10. Efectos
    11. Medidas de
      estabilización
    12. La
      pobreza se hace notar
    13. Perspectivas
      actuales: masa marginal y empleabilidad
    14. Comentarios
      finales
    15. Venezuela
    16. Bibliografía

    Un aspecto político muy relevante se refiere a la
    relación entre el desempleo y la inflación. En
    teoría,
    cuando la demanda de
    trabajo se
    eleva hasta el punto de que el desempleo es muy bajo y los
    empresarios tienen dificultades a la hora de contratar a
    trabajadores muy cualificados, los salarios
    aumentan, y se elevan los costes de producción y los precios, con
    lo que se contribuye al aumento de la inflación; cuando la
    demanda se reduce y aumenta el desempleo, se disipan las
    presiones inflacionistas sobre los salarios y los costes de
    producción. Sin embargo, en contra de esta teoría,
    durante los años setenta se produjeron
    simultáneamente altas tasas de inflación y
    desempleo, una combinación denominada
    "estanflación".

    La Gran Depresión

    El periodo de desempleo masivo más generalizado,
    depresivo y serio de los tiempos modernos fue la Gran
    Depresión que siguió al crack de Wall Street en
    1929. Esta depresión produjo catorce millones de
    desempleados en Estados Unidos,
    seis en Alemania y
    tres en Gran Bretaña. En Australia la crisis fue
    especialmente dura, con más de un 35% de la fuerza
    laboral
    desempleada a principios de la
    década de 1930 y muchas de estas personas siguieron sin
    trabajo hasta la Segunda Guerra
    Mundial. Las distorsiones sociales, la migración
    generalizada en busca de empleo y el
    extremismo político se hicieron habituales y la muerte por
    enfermedades
    relacionadas con la malnutrición aumentó
    considerablemente en todo el mundo industrializado.

    La Gran Depresión provocó importantes
    cambios en el comportamiento
    que se tenía frente al desempleo; esta nueva actitud se
    expresaba en las políticas
    del New Deal del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt,
    quien introdujo en su país durante su gobierno la
    seguridad
    social, el seguro de
    desempleo y programas de
    trabajo público para utilizar el excedente
    laboral.

    La recuperación económica producida
    gracias a estas medidas demostró que el desempleo, de
    hecho, empeoró la depresión al reducir la demanda,
    y que el pago del seguro de desempleo era una carga mucho menor
    para la economía que la pérdida de poder
    adquisitivo que padecían los trabajadores
    desempleados.

    La depresión también inspiró a John
    Maynard Keynes que
    escribió su obra maestra, La teoría general del
    empleo, el interés y
    el dinero
    (1936), en la cual establecía que una economía
    deprimida continuará a no ser que se revitalice gracias al
    gasto
    público. De esta manera persuadió a los
    gobiernos occidentales para que disminuyeran el desempleo
    mediante grandes déficit presupuestarios.

    Desempleo
    moderno

    El periodo posterior a la II Guerra Mundial se
    caracterizó en Europa por
    importantes aumentos del desempleo debidos a la
    destrucción, durante la contienda, de muchas industrias, al
    regreso de los veteranos de guerra que se
    reintegraban a la masa laboral y a una variedad de desajustes
    económicos derivados del conflicto. La
    ayuda estadounidense del Programa de
    Reconstrucción Europea (o Plan Marshall)
    contribuyó a los esfuerzos de los países de Europa
    occidental para reconstruir sus industrias y proporcionar trabajo
    a sus trabajadores.

    La mayor parte de los países industrializados no
    socialistas tenían bajas tasas de desempleo en los
    años cincuenta. En los años sesenta, cuando la tasa
    media de desempleo de Estados Unidos era del 5 o del 6%,
    sólo Canadá tenía una tasa superior (7%);
    Italia
    tenía una tasa del 4%, y todas las demás naciones
    industriales de Europa occidental, así como Japón,
    tenían tasas en torno al 2% o
    inferiores.

    Los intentos de explicar estas disparidades se centraron
    en las diferencias económicas y sociales entre las
    naciones, incluyendo las siguientes: las medidas tomadas en los
    países europeos para reducir el empleo temporal al
    repartir el trabajo a
    lo largo del año, la práctica europea de la
    colocación de los jóvenes como aprendices o con
    acuerdos para aprender trabajos que promovían la
    estabilidad laboral, restricciones legales en algunos
    países para despedir a los trabajadores, programas de
    reciclaje
    generalizados para los trabajadores desempleados con el fin de
    actualizar sus cualificaciones y la vinculación de los
    trabajadores con su trabajo, tanto en Europa como en
    Japón. Sin embargo, esta situación se ha revertido,
    y en la década de los noventa la tasa de desempleo
    estadounidense es mucho menor que la de la mayoría de los
    países europeos.

    En los países en desarrollo de
    Asia,
    África y América
    Latina existe un problema mucho más serio y
    generalizado, que es el del subempleo, es decir, gente empleada a
    tiempo parcial
    o gente que trabaja en empleos ineficientes o improductivos y que
    por tanto reciben bajos ingresos que son
    insuficientes para cubrir sus necesidades. Gran parte del
    desempleo o del subempleo de los países en desarrollo
    suele ir acompañado de migraciones desde los poblamientos
    rurales hasta los grandes centros urbanos.

    En los países industrializados, con seguros de
    desempleo y otros mecanismos que aseguran los ingresos, el
    desempleo no provoca tantos problemas como
    lo hacía antaño. No obstante, existen signos de que
    el desempleo se está convirtiendo en algunos países
    desarrollados en un problema mucho más difícil de
    solucionar de lo que en un principio se pensaba, especialmente
    tras la sustitución del keynesianismo por el monetarismo
    como credo económico predominante. Francia,
    España
    y Gran Bretaña, en concreto, se
    enfrentan a la amenaza de lo que parece ser un alto desempleo
    estructural irradicable, mientras que en otros países,
    como Japón, parece que es posible mantener bajas tasas de
    desempleo durante las recesiones mediante prácticas que
    muchos países calificarían de suicidas.

    El problema de los gobiernos modernos radica en saber
    aprovechar los beneficios de la flexibilidad económica y
    de la creciente productividad y
    al mismo tiempo reducir el número de trabajadores
    desempleados, disminuyendo su tiempo de desocupación, manteniendo sus ingresos y
    ayudándoles a recuperar un trabajo con cualificaciones
    válidas.

    La Constitución regula el funcionamiento de
    otros órganos constitucionales, pero dotados de
    autonomía funcional: 1. La Contraloría General de
    la República, que se encarga del control,
    vigilancia y fiscalización de los ingresos, gastos y bienes
    nacionales. Su actuación se hace a través del
    contralor general de la República;

    El estudio de la economía puede dividirse en dos
    grandes campos. La teoría de los precios, o microeconomía, que explica cómo la
    interacción de la oferta y la
    demanda en mercados
    competitivos determinan los precios de cada bien, el nivel de
    salarios, el margen de beneficios y las variaciones de las
    rentas.

    La microeconomía parte del supuesto de
    comportamiento racional. Los ciudadanos gastarán su renta
    intentando obtener la máxima satisfacción posible
    o, como dicen los analistas económicos, tratarán de
    maximizar su utilidad. Por su
    parte, los empresarios intentarán obtener el máximo
    beneficio posible.

    El segundo campo, el de la macroeconomía, comprende los problemas
    relativos al nivel de empleo y al índice de ingresos o
    renta de un país. El estudio de la macroeconomía
    surge con la publicación de La teoría general del
    empleo, el interés y el dinero (1935),
    del economista británico John Maynard Keynes. Sus
    conclusiones sobre las fases de expansión y
    depresión económica se centran en la demanda total,
    o agregada, de bienes y servicios por
    parte de consumidores, inversores y gobiernos. Según
    Keynes, una demanda agregada
    insuficiente generará desempleo; la solución
    estaría en incrementar la inversión de las empresas o del
    gasto público, aunque para ello sea necesario tener un
    déficit presupuestario.

    Se necesitaban nuevas políticas y nuevas
    explicaciones, que fue lo que en ese momento proporcionó
    Keynes.

    En su imperecedera Teoría general sobre el
    empleo, el interés y el dinero (1936), aparecía un
    axioma central que puede resumirse en dos grandes afirmaciones:
    (1) las teorías
    existentes sobre el desempleo no tenían ningún
    sentido; ni un nivel de precios elevado ni unos salarios altos
    podían explicar la persistente depresión
    económica y el desempleo generalizado. (2) Por el
    contrario, se proponía una explicación alternativa
    a estos fenómenos que giraba en torno a lo que se
    denominaba demanda agregada, es decir, el gasto total de los
    consumidores, los inversores y las instituciones
    públicas. Cuando la demanda agregada es insuficiente,
    decía Keynes, las ventas
    disminuyen y se pierden puestos de trabajo; cuando la demanda
    agregada es alta y crece, la economía prospera.

    A partir de estas dos afirmaciones genéricas,
    surgió una poderosa teoría que permitía
    explicar el comportamiento económico. Esta interpretación constituye la base de la
    macroeconomía contemporánea.

    Puesto que la cantidad de bienes que puede adquirir un
    consumidor
    está limitada por los ingresos que éste percibe,
    los consumidores no pueden ser responsables de los altibajos del
    ciclo económico. Por lo tanto, las fuerzas motoras de la
    economía son los inversores (los empresarios) y los
    gobiernos. Durante una recesión, y también durante
    una depresión económica, hay que fomentar la
    inversión privada o, en su defecto, aumentar el gasto
    público. Si lo que se produce es una ligera
    contracción, hay que facilitar la concesión de
    créditos y reducir los tipos de
    interés (sustrato fundamental de la política
    monetaria), para estimular la inversión privada y
    restablecer la demanda agregada, aumentándola de forma que
    se pueda alcanzar el pleno empleo.

    Si la contracción de la economía es
    grande, habrá que incurrir en déficit
    presupuestarios, invirtiendo en obras públicas o
    concediendo subvenciones a fondo perdido a los colectivos
    más perjudicados.

    Durante el periodo de auge se hace patente el aumento de
    la producción. El nivel de empleo, los salarios y los
    beneficios crecen a su vez. Los directivos de las empresas
    muestran su optimismo mediante la inversión para aumentar
    la producción. Sin embargo, a medida que continúa
    el auge empiezan a surgir obstáculos que impiden que
    éste se prolongue. Por ejemplo, crecen los costes de
    producción y la falta de materias primas puede
    también limitar la producción; se elevan los tipos
    de interés, así como los precios y los consumidores
    reaccionan al alza comprando menos.

    A medida que el consumo se
    queda por debajo del nivel de producción, aumenta el
    número de productos
    almacenados, lo que provoca una caída de los precios. Las
    empresas productoras empiezan a ahorrar y despiden a los
    trabajadores. Estos factores conducen a un periodo de
    recesión. Los empresarios se vuelven pesimistas
    según van cayendo los precios y los beneficios y deciden
    ahorrar el dinero en vez de invertirlo, con lo que se suceden los
    cortes de producción y el cierre de fábricas, hasta
    que el desempleo se generaliza. Estamos en una fase de
    depresión.

    La recuperación de la depresión puede
    estar provocada por varios factores, incluyendo la
    reaparición de la demanda de consumo, la
    liquidación de los inventarios o una
    acción
    gubernamental para estimular la actividad económica. A
    pesar de que la recuperación suele ser lenta y desigual al
    principio, inmediatamente gana fuerza. Los precios suben
    más rápido que los costes. El nivel de empleo
    crece, proporcionando un mayor poder adquisitivo. La
    inversión en las industrias de bienes de consumo aumenta.
    El optimismo invade la economía, el deseo de aventurarse
    en nuevos negocios
    reaparece. Se ha iniciado un nuevo ciclo.

    De hecho, el ciclo económico no siempre se
    produce de una forma tan clara como en el modelo que
    acabamos de exponer, y no hay dos ciclos iguales, sino que
    varían considerablemente de uno a otro, tanto en lo que
    respecta a la dureza como a su duración. Se pueden
    producir ciclos mayores y menores, con duraciones variables.

    La depresión económica más dura y
    generalizada se produjo en la década de 1930. La Gran
    Depresión afectó primero a Estados Unidos, pero se
    difundió rápidamente por Europa occidental. De 1933
    a 1937 los Estados Unidos empezaron a recuperarse de la
    depresión, pero la economía volvió a caer de
    1937 a 1938, antes de alcanzar de nuevo sus niveles normales.
    Esta recaída se denominó recesión,
    término que actualmente se prefiere al de
    liquidación. La verdadera recuperación
    económica no se hizo patente hasta principios de
    1941.

    Ciclos
    especiales

    Además del ciclo económico tradicional, a
    veces se producen ciclos especiales en algunas industrias. Por
    ejemplo, se considera que el sector de la construcción tiene un ciclo que dura entre
    16 y 20 años. La prolongada construcción de barrios
    marginales agravó dos de las peores depresiones
    económicas en Estados Unidos. Por otro lado, el aumento de
    la actividad constructora muchas veces ha ayudado a estimular la
    recuperación de una depresión.

    Algunos economistas creen que existe un ciclo a largo
    plazo, que dura aproximadamente cincuenta años.

    Los estudios sobre las tendencias económicas
    durante el siglo XIX y el principio del siglo XX fueron
    realizados por el economista ruso Nikolai Kondratief, quien
    analizó el comportamiento de los salarios, las materias
    primas, la producción, el consumo, las exportaciones e
    importaciones y
    otras variables económicas en Francia e Inglaterra. Los
    datos que
    recogió y analizó parecen establecer la existencia
    de ciclos a largo plazo.

    Estas "olas" de expansión y contracción se
    produjeron durante tres periodos de una media de cincuenta
    años cada uno: 1792-1850, 1850-1896 y 1896-1940. Sin
    embargo, estos estudios no son definitivos.

    Causas de los
    ciclos

    Los economistas no intentaron determinar las causas de
    los ciclos económicos hasta que la creciente dureza de las
    depresiones económicas se convirtió en una de las
    principales inquietudes de finales del siglo XIX y principios del
    XX. Se sugirió que había dos factores externos que
    podían ser los causantes de los ciclos: las manchas
    solares y las inclinaciones psicológicas. La teoría
    de manchas solares del economista británico William Jevons
    llegó a ser aceptada por casi todo el mundo. Según
    Jevons, las manchas solares influyen sobre las condiciones
    meteorológicas, pues tras periodos de manchas solares las
    condiciones climatológicas suelen ser más duras.
    Jevons pensaba que las manchas solares determinaban la cantidad y
    calidad de las
    cosechas, y de esta manera influían sobre la
    economía.

    Una teoría psicológica de los ciclos
    económicos formulada por el economista británico
    Arthur Pigou, establecía que el optimismo o pesimismo de
    los dirigentes económicos podía influir en las
    tendencias de la economía, y algunos políticos han
    aceptado decididamente esta teoría. Por ejemplo, durante
    los primeros años de la Gran Depresión, el
    presidente Herbert Hoover intentó mostrarse optimista
    públicamente respecto a la fuerza inherente a la
    economía norteamericana, con la esperanza de estimular la
    recuperación.

    Se han desarrollado diversas teorías
    económicas sobre las causas de los ciclos
    económicos. Según la teoría del subconsumo,
    que se relaciona claramente con el economista británico
    John Hobson, la desigualdad en los ingresos provoca el declive
    económico. Los mercados se ven inundados con bienes que
    los pobres no pueden comprar, al tiempo que los ricos no pueden
    consumir todo lo que está a su alcance. Por lo tanto, los
    ricos acumulan sus ahorros sin reinvertirlos en la
    producción, puesto que existe una demanda insuficiente de
    bienes. Esta acumulación del ahorro rompe
    el equilibrio
    económico y provoca un ciclo de cortes en la
    producción.

    El economista austriaco-americano Joseph Schumpeter, un
    propulsor de la teoría de la innovación, relacionaba el auge de los
    ciclos económicos con la aparición de nuevos
    inventos que
    estimulaban la inversión en las industrias productoras de
    bienes de consumo. Puesto que estos nuevos inventos se
    desarrollan de manera desigual, las condiciones de la
    economía tienen que ser alternativamente expansivas y
    recesivas.

    Los economistas Friedrich von Hayek y Ludwig von Mises,
    nacidos en Austria, se adscriben a la teoría de la
    sobreinversión, al sugerir que la inestabilidad es la
    consecuencia lógica
    del aumento de la producción hasta el punto en el que se
    utilizan recursos
    ineficientes. Entonces los costes aumentan y, si no pueden
    trasladarse a los consumidores, los empresarios reducen la
    producción y despiden trabajadores.

    Una teoría monetaria de los ciclos
    económicos realza la importancia de la oferta de dinero
    dentro del sistema
    económico. Puesto que muchos negocios tienen que pedir
    dinero prestado para funcionar o para aumentar la
    producción, la disponibilidad y el coste del dinero
    influye en sus decisiones. Sir Ralph George Hawtrey
    sugería que los cambios de los tipos de interés
    determinaban que los empresarios incrementaran o redujeran sus
    inversiones de
    capital y de
    esta manera afectaban a los ciclos económicos.

    Efectos
    aceleradores y multiplicadores

    Una relación fundamental en todas las
    teorías de las fluctuaciones cíclicas
    económicas es la que se da entre la inversión y el
    consumo. Las nuevas inversiones tienen lo que se denomina un
    efecto multiplicador es decir, el dinero invertido en pagar a los
    proveedores y
    a los asalariados se convierte en el ingreso de éstos, que
    a su vez se convierte en el ingreso de terceros a medida que los
    asalariados y los proveedores gastan la mayor parte de sus
    ingresos. De esta forma se pone en marcha una onda
    expansiva.

    Análogamente, el creciente nivel de ingresos
    gastado por los consumidores tiene un efecto acelerador sobre la
    inversión. Una mayor demanda crea mayores incentivos para
    aumentar la inversión en la producción, con el fin
    de responder a esta demanda. Estos dos factores también
    pueden operar negativamente, cuando una menor inversión
    disminuye aún más el ingreso total y la menor
    demanda de consumo reduce la cantidad de gasto en
    inversión.

    Regulación
    de los ciclos

    En casi todos los países desde la Gran
    Depresión se han puesto en práctica medidas que
    ayudan a evitar las duras recesiones económicas. Por
    ejemplo, el seguro de desempleo proporciona a la mayoría
    de los trabajadores algunos ingresos cuando se quedan sin
    trabajo. La seguridad social
    y las pensiones pagadas por muchas organizaciones
    proporcionan algunos ingresos a una serie de trabajadores
    jubilados. Aunque no son tan poderosos como lo fueran
    antaño, los sindicatos
    siguen siendo un obstáculo contra la caída
    acumulada de los salarios que agravó las anteriores
    depresiones económicas. Existen mecanismos para garantizar
    los precios de las cosechas (como la política
    agrícola común de la Unión
    Europea) que protegen a los agricultores de las desastrosas
    caídas de sus ingresos.

    El gobierno también puede intentar intervenir
    directamente para contrarrestar las recesiones. Existen
    principalmente tres técnicas
    disponibles: la política monetaria, la política
    fiscal y la política de rentas. Los economistas
    discrepan profundamente respecto a la elección de la
    técnica adecuada.

    Algunos economistas como el americano Milton Friedman y
    otros defensores del monetarismo prefieren la política
    monetaria, y ésta es adoptada por los gobiernos
    conservadores. La política monetaria consiste en controlar
    a través del banco central la
    oferta de dinero y los tipos de interés, y éstos
    determinan la disponibilidad y el coste de los préstamos
    para las empresas. En teoría, la restricción de la
    oferta monetaria ayuda a reducir la inflación y el aumento
    de la oferta ayuda a recuperarse de una recesión. Cuando
    la inflación y la recesión se producen
    simultáneamente, —un fenómeno denominado
    estanflación— es difícil saber qué
    política monetaria aplicar.

    El economista americano John Kenneth Galbraith considera
    que las medidas más efectivas son las fiscales, como una
    mayor imposición a los ricos, y una política de
    rentas que busque mantener a bajos niveles tanto los precios como
    los salarios, en función
    del crecimiento de la productividad. Esta política no ha
    tenido mucho éxito
    en el periodo posterior a la II Guerra Mundial.

    Depresión (economía), periodo
    durante el cual un país industrializado presenta una
    producción y unas ventas reducidas, y al mismo tiempo
    altas tasas de desempleo y de quiebras empresariales. Una
    depresión es el punto más bajo de un ciclo
    económico. Casi todas las teorías económicas
    modernas consideran que las depresiones son el resultado de una
    caída de la demanda, junto a una disminución de la
    inversión y de los salarios, que reducen el nivel de
    consumo. El keynesianismo destaca por su análisis de las condiciones que crean y
    prolongan las depresiones. Sin embargo, la economía
    marxista siempre ha considerado las depresiones como el
    síntoma de la propia naturaleza del
    capitalismo.
    La depresión más importante se produjo en 1929 y
    fue conocida como la Gran Depresión, pero se han producido
    otras depresiones (o recesiones) a lo largo de la historia, sobre todo a
    partir de la crisis de los precios del petróleo de 1973.

    Consumo, en economía, el uso de los bienes
    creados mediante la producción. Los economistas suelen
    considerar que el consumo es el final del proceso
    productivo, el objetivo por
    el que se lleva a cabo toda producción. En sentido amplio,
    el término incluye tanto el consumo de bienes de capital
    —o el uso de bienes como máquinas y
    herramientas
    para las fábricas que producen otros bienes— y el
    consumo no productivo —o utilización de bienes con
    propósitos no productivos—. Los economistas
    prefieren, en general, restringir el término a su
    acepción de consumo no productivo.

    El consumo no productivo es el resultado de la
    decisión de un individuo o de
    una familia de
    adquirir determinados bienes y servicios. Análogamente,
    puede ser el resultado de la decisión de una ciudad o de
    un país o del deseo de establecer determinadas
    instalaciones públicas, como carreteras o colegios.
    Así, el consumo no productivo incluye tanto el consumo
    privado como el consumo público, o consumo social. En una
    economía capitalista se subraya la importancia del consumo
    privado; en cambio, en las
    economías socialistas se resalta la importancia del
    consumo social.

    Se puede seguir clasificando distintos tipos de consumo
    atendiendo a la clase de
    bienes que se gastan. Estas clases incluyen los bienes duraderos,
    como los coches o los muebles, que tienen una vida media de
    más de tres años; el consumo de bienes no duraderos
    o perecederos, como los alimentos,
    el
    petróleo, muchas prendas de vestir, que se desgastan o
    usan con relativa rapidez, y por último los servicios,
    como puede ser un corte de pelo o los cuidados
    médicos.

    El estudio del consumo, especialmente el de los
    individuos, ha adquirido mayor importancia a lo largo del siglo
    XX. En una economía capitalista el nivel y las tasas de
    gasto en consumo afectan de forma importante a la
    inversión productiva, que a su vez afecta al nivel de
    empleo y al grado de prosperidad general. Además, las
    pautas de compra de los consumidores determinan las clases y
    cantidades de bienes que se producen.

    Puesto que si se produce en abundancia es para que se
    consuma, y ya que no puede haber consumo sin producción,
    los importantes procesos de
    producción y consumo están íntimamente
    correlacionados. Cuando la producción es insuficiente, el
    consumo está limitado, y por tanto se crean problemas
    porque hay necesidades humanas que no están cubiertas. Una
    subproducción puede provocar subconsumo debido a la
    carencia de bienes de consumo, mientras que la
    sobreproducción puede provocar una crisis económica
    si se reduce el poder adquisitivo de la gente, y por tanto
    también puede llevar a una situación de
    subconsumo.

    Producción, en Economía,
    creación y procesamiento de bienes y mercancías,
    incluyéndose su concepción, procesamiento en las
    diversas etapas y financiación ofrecida por los bancos. Se
    considera uno de los principales procesos económicos,
    medio por el cual el trabajo humano crea riqueza. Respecto a los
    problemas que entraña la producción, tanto los
    productores privados como el sector
    público deben tener en cuenta diversas leyes
    económicas, datos sobre los precios y recursos
    disponibles. Los materiales o
    recursos utilizados en el proceso de producción se
    denominan factores de producción.

    Sector público, empresas e instituciones
    que dependen de el Estado en
    una economía nacional. La actividad económica del
    sector público abarca todas aquellas actividades que el
    Estado
    (administración local y central) y sus
    empresas (por ejemplo, las empresas privadas nacionalizadas)
    posee o controla. El papel y el volumen del
    sector público dependen en gran medida de lo que en cada
    momento se considera que constituye el interés
    público; ello requiere definir con antelación el
    ámbito de ese interés general. Lo normal es que el
    sector público constituya un elevado porcentaje de la
    economía de un país e influya sobre la actividad
    económica global. Por ejemplo, el gobierno puede limitar
    el crecimiento de los salarios de los funcionarios para evitar
    aumentos de la inflación, realizando así una
    política de precios y rentas extraoficial o informal. A
    partir de la II Guerra Mundial muchos países
    fomentaron el crecimiento del sector público en detrimento
    del sector privado, pero a partir de la década de 1980
    esta tendencia se revirtió y se favoreció la
    privatización, sustituyendo así la
    anterior política de nacionalizaciones. Este
    fenómeno se ha generalizado en Latinoamérica e incluso en los antiguos
    países comunistas de Europa del Este y en países
    comunistas como China. Esta
    política presupone que el sector privado, debido a la
    competencia entre
    empresas, es capaz de producir con mayor eficacia y con
    menores costes que el sector público, cuya flexibilidad
    para reaccionar ante los cambios del mercado
    está limitada por la burocracia. Sin
    embargo, en algunos casos los gobiernos pueden preferir el
    mantenimiento
    de empresas públicas, aunque sean menos eficientes, por
    temor a las consecuencias políticas que podría
    ocasionar una apertura del sistema, como ocurre en China, que
    ante el peligro de la inestabilidad social que provocaría
    una alta tasa de desempleo, mantiene empresas públicas
    ineficientes que incurren en enormes pérdidas año
    tras año. En Latinoamérica, las empresas del sector
    público tuvieron un papel estabilizador y regulador
    durante las décadas de posguerra e inclusive en la
    década de 1960. A partir de allí, y debido a varios
    factores internos y externos, las empresas públicas
    comenzaron a generar enormes pérdidas a lo que se
    sumó una galopante hiperinflación relacionada con la
    emisión descontrolada de moneda.

    Factores de producción, medios
    utilizados en los procesos de producción. De forma
    habitual, se consideran tres: la tierra
    (bienes inmuebles), el trabajo y el capital (por ejemplo, una
    inversión en maquinaria); a veces se considera que la
    función empresarial es el cuarto factor de
    producción. La disponibilidad relativa de estos factores
    en un país (su dotación de factores) es uno de los
    aspectos más determinantes de la inversión y el
    comercio
    internacional. Para que una empresa logre
    sus objetivos
    tiene que conseguir la mejor combinación de los factores
    de producción disponibles. Esta combinación
    variará a lo largo del tiempo y dependerá de la
    necesidad de crecimiento, de la disponibilidad de mano de obra
    cualificada y de la experiencia de los gestores, de las nuevas
    tecnologías y de los precios de mercado de los
    distintos factores de producción.

    Inflación y deflación, en
    Economía, término utilizado para describir un
    aumento o una disminución del valor del
    dinero, en relación a la cantidad de bienes y servicios
    que se pueden comprar con ese dinero.

    La inflación es la continua y persistente subida
    del nivel general de precios y se mide mediante un índice
    del coste de diversos bienes y servicios. Los aumentos reiterados
    de los precios erosionan el poder adquisitivo del dinero y de los
    demás activos
    financieros que tienen valores fijos,
    creando así serias distorsiones económicas e
    incertidumbre. La inflación es un fenómeno que se
    produce cuando las presiones económicas actuales y la
    anticipación de los acontecimientos futuros hacen que la
    demanda de bienes y servicios sea superior a la oferta disponible
    de dichos bienes y servicios a los precios actuales, o cuando la
    oferta disponible está limitada por una escasa
    productividad o por restricciones del mercado. Estos aumentos
    persistentes de los precios estaban, históricamente,
    vinculados a las guerras,
    hambrunas, inestabilidades políticas y a otros hechos
    concretos.

    La deflación implica una caída continuada
    del nivel general de precios, como ocurrió durante la Gran
    Depresión de la década de 1930; suele venir
    acompañada por una prolongada disminución del nivel
    de actividad económica y elevadas tasas de desempleo. Sin
    embargo, las caídas generalizadas de los precios no son
    fenómenos corrientes, siendo la inflación la
    principal variable macroeconómica que afecta, actualmente,
    tanto a la planificación privada como a la
    planificación pública de la
    economía.

    Tipos de
    inflación

    Cuando la subida de los precios sigue una tendencia
    gradual y lenta, con una media anual de unos pocos puntos
    porcentuales, no se considera que esta inflación sea una
    seria amenaza para el progreso económico y social. Puede
    incluso llegar a estimular la actividad económica: la
    sensación de que la renta personal
    está creciendo por encima de la productividad puede
    estimular el consumo; la inversión en la compra de
    viviendas puede aumentar, al anticiparse la apreciación
    futura de los precios; la inversión de las empresas de
    negocios en fábricas y maquinaria puede crecer, puesto que
    los precios aumentan por encima de los costes, y los individuos,
    las empresas y los gobiernos que piden prestado descubren que
    pagarán los préstamos con dinero que tendrá
    un menor poder adquisitivo, por lo que tendrán un mayor
    incentivo para pedir dinero prestado.

    Más preocupante resulta el crecimiento de la
    inflación que implica mayores subidas de precios, con
    medias anuales entre el 10 y el 30% en algunos países
    industrializados, e incluso del cien por cien en algunos
    países en vías de desarrollo. La inflación
    crónica tiende a perpetuarse, aumentando aún
    más a medida que las distorsiones económicas y las
    expectativas pesimistas se van acumulando. Para hacer frente a
    esta inflación crónica se frenan las actividades
    normales de la economía: los consumidores compran bienes y
    servicios para evitar los precios futuros; la especulación
    sobre la propiedad
    aumenta; las empresas se centran en inversiones a corto plazo;
    los incentivos para ahorrar, adquirir pólizas de seguros,
    planes de pensiones, o bonos a largo
    plazo son menores puesto que la inflación erosiona su
    rentabilidad
    futura; los gobiernos aumentan sus gastos corrientes
    anticipándose a menores ingresos en el futuro; los
    países que dependen de sus exportaciones pierden ventajas
    competitivas en el comercio
    internacional, lo que les obliga a emprender medidas
    proteccionistas y controles de la unidad monetaria
    arbitrarios.

    Bajo su forma más extrema, los aumentos
    persistentes de los precios pueden convertirse en lo que se
    denomina hiperinflación, provocando la crisis de todo el
    sistema económico. La hiperinflación que se produjo
    en Alemania tras la I Guerra Mundial, por ejemplo,
    provocó que la cantidad de dinero en circulación
    aumentara más de siete mil millones de veces, y que los
    precios se multiplicaran por más de diez mil millones en
    16 meses antes de noviembre de 1923. Otros ejemplos de
    hiperinflación son los fenómenos que se produjeron
    en Estados Unidos y en Francia a finales del siglo XVIII; en la
    Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
    (URSS) y en Austria tras la I Guerra Mundial; en
    Hungría, China y Grecia tras la
    II Guerra Mundial; y en algunos países en vías
    de desarrollo en los últimos años. Esta
    situación fue particularmente intensa en algunos
    países de América
    Latina, como México,
    Argentina o Brasil, a partir
    de la década de 1960. Cuando se produce una
    hiperinflación, el crecimiento del dinero y de los
    créditos aumenta de forma explosiva, destruyendo los
    vínculos con los activos reales y obligando a volver a
    complejos acuerdos de trueque. A medida que los gobiernos
    intentan hacer frente a los pagos de los programas de gasto
    incrementados, expandiendo la demanda, la financiación
    inflacionista de los déficit presupuestarios distorsiona
    la estabilidad económica, social y
    política.

    Una forma de inflación de importancia
    histórica fue la que se produjo en la época del
    bimetalismo y del patrón oro que
    consistía en la deflación monetaria cuando el
    gobernante reducía la cantidad de metal precioso que
    llevaban las monedas. Esta actuación permitía
    asegurar al Estado beneficios a corto plazo, puesto que
    éste podía utilizar la misma cantidad de metales preciosos
    para acuñar más monedas, pero, a largo plazo, esto
    aumentaba el nivel general de precios debido a la ley de Gresham
    según la cual "el dinero malo desplaza al bueno". Estas
    deflaciones monetarias solían deberse a los esfuerzos
    bélicos de los gobiernos, lo cual explica parcialmente la
    correlación de la inflación con la inestabilidad
    política. La entrada de plata en Europa proveniente del
    Nuevo Mundo en el siglo XVI también se asocia con los
    aumentos graduales de los precios que se produjeron en aquella
    época, cuando el valor de los metales preciosos
    tendía a disminuir, pero esta teoría no es aceptada
    de forma general. En la actualidad, los gobiernos hacen lo mismo
    cuando emiten más dinero del necesario, o cuando, de
    cualquier otra forma, modifican el valor del dinero.

    Historia

    Los ejemplos de inflación y deflación son
    numerosos a lo largo de la historia, pero no hay registros fiables
    para medir las oscilaciones de los niveles de precios antes de la
    edad media.
    Los historiadores económicos afirman que los siglos XVI y
    XVII fueron periodos con alta inflación a largo plazo en
    Europa, aunque las tasas medias anuales del 1 o 2% son tasas
    despreciables en relación con las actuales. Los
    principales cambios se produjeron durante la Guerra de Independencia
    de Estados Unidos, cuando los precios aumentaron a tasas medias
    del 8,5% mensual y durante la Revolución
    Francesa, cuando los precios aumentaron en Francia a tasas
    del 10% mensual. Estos breves periodos inflacionistas eran
    seguidos de largos periodos en los que se alternaban las
    inflaciones y deflaciones a nivel internacional, siempre
    vinculadas a hechos económicos o políticos
    concretos.

    En relación con los patrones de inflación
    que se han dado a lo largo de la historia, el periodo posterior a
    la II Guerra Mundial se ha caracterizado por niveles de
    inflación relativamente altos en muchos países y,
    desde mediada la década de 1960, se ha mantenido, en casi
    todos los países industrializados, una tendencia hacia la
    inflación crónica. Por ejemplo, desde 1965 hasta
    1978, el índice de precios al consumo en Estados Unidos se
    ha situado en una tasa media anual del 5,7%, con un máximo
    del 12,2% en 1974. En Gran Bretaña, la inflación
    también alcanzó un máximo en 1974, a
    raíz del alza de los precios del petróleo,
    que aumentaron a una tasa superior al 25%. Otros países
    industrializados padecieron alzas similares en sus niveles de
    precios, pero algunos países como Alemania Occidental
    (actualmente parte de la reunificada República Federal de
    Alemania) consiguieron impedir que se produjera una
    inflación crónica. Debido a la actual integración de las economías de la
    mayoría de los países, la disparidad de inflaciones
    refleja la relativa eficacia de las distintas políticas
    económicas nacionales.

    Esta tendencia inflacionista desfavorable
    consiguió revertirse en casi todos los países
    industrializados a mediados de la década de 1980. Las
    políticas fiscales de austeridad y las restrictivas
    políticas monetarias emprendidas a principios de la
    década, se combinaron con las drásticas
    caídas de los precios del petróleo y de los precios
    de los bienes para lograr que las tasas medias de
    inflación descendieran hasta el 4%. Los países de
    América Latina, en su mayoría, experimentaron tasas
    de inflación crecientes a partir de la segunda mitad de la
    década de 1950. La variación anual del
    índice de precios al consumo sufrió violentos
    cambios en países como Argentina; desde el año 1975
    hasta finales de 1980 pasó de un 43,5% a un 178,3%;
    México en el año 1982 llegó a tener una
    inflación del 58,9%; Perú, a partir de 1978, tuvo
    una inflación creciente alcanzando el 75,4% en 1981;
    Brasil llegó al 105,6% el año 1981.

    Causas

    La inflación de demanda es aquel fenómeno
    que ocurre cuando la demanda excede a la oferta, forzando el
    aumento de los precios y de los salarios, así como el
    coste de los materiales, los costes de funcionamiento y los
    financieros. La inflación de costes se produce cuando los
    precios aumentan para poder hacer frente a los costes totales
    manteniendo los márgenes de beneficios. Se puede generar
    una espiral inflacionista cuando las instituciones y los grupos de
    presión reaccionan ante cada nueva subida de precios.
    Se producirá una deflación cuando se consiga
    revertir la espiral inflacionista.

    Para poder explicar por qué cambian los
    determinantes de la oferta y demanda
    los economistas han llegado a establecer hasta tres tipos de
    teorías: del lado de la demanda, la teoría
    cuantitativa del dinero y el nivel agregado de los ingresos; y
    las variables de productividad y costes del lado de la oferta.
    Los defensores del monetarismo piensan que los cambios en el
    nivel de precios reflejan las fluctuaciones de la cantidad de
    dinero disponible, cantidad que se suele definir como la cantidad
    de dinero en efectivo en circulación más los
    depósitos bancarios. Defienden que, para mantener el nivel
    de precios estable, la oferta de dinero tiene que aumentar a una
    tasa constante y coherente con la capacidad productiva real de la
    economía. Los detractores de esta teoría afirman
    que las variaciones en la oferta de dinero son una respuesta y no
    la causa de las variaciones en el nivel de precios.

    La teoría basada en el nivel agregado de ingresos
    está fundamentada en la obra del economista
    británico John Maynard Keynes, publicada en la
    década de 1930. Según la teoría keynesiana,
    o keynesianismo, las variaciones de la renta nacional determinan
    las tasas de consumo e inversión; así pues, el
    gasto público llevado a cabo por el gobierno, así
    como sus políticas impositivas, deben estar encaminadas a
    mantener en su totalidad los niveles de empleo y el máximo
    nivel de producción posible. Por lo tanto, la oferta
    monetaria debe ajustarse para financiar el nivel deseado de
    crecimiento
    económico y para evitar las crisis financieras y los
    altos tipos de interés que frenan tanto el consumo como la
    inversión. El gasto público y las políticas
    impositivas pueden utilizarse, según esta teoría,
    para impedir tanto la inflación como la deflación,
    al ajustar la oferta a la demanda.

    La tercera teoría se centra en las variables del
    lado de la oferta relacionadas con la disminución de la
    productividad. Estas variables incluyen la tasa de
    inversión de capital a largo plazo y el desarrollo
    tecnológico; las variaciones en la calidad y edad de los
    trabajadores; el cambio de actividades productivas; la
    rápida proliferación de regulaciones
    gubernamentales; la inversión en actividades no
    productivas en lugar de en actividades productivas; la creciente
    escasez de
    determinadas materias primas; los desarrollos políticos y
    sociales que reducen los incentivos para trabajar; y varias
    distorsiones económicas relacionadas con problemas
    monetarios y de comercio internacional, con aumentos elevados de
    los precios del petróleo y con desastres
    naturales que reducen las cosechas a escala mundial.
    Estos temas relacionados con la oferta son importantes a la hora
    de diseñar políticas monetarias y
    fiscales.

    Efectos

    Los efectos de la inflación y la deflación
    son varios y cambian a lo largo del tiempo. Normalmente, la
    deflación es debida a una caída en la
    producción y a un aumento del desempleo. Los menores
    precios debidos a la deflación pueden llegar a aumentar el
    consumo, la inversión y el comercio
    exterior, pero sólo si se corrigen las causas
    fundamentales que provocaron el inicio de la
    deflación.

    Al principio, la inflación provoca un aumento de
    los beneficios, puesto que los salarios y los demás costes
    se modifican en función de las variaciones de precios, y
    por lo tanto se alteran después de que los precios hayan
    variado, lo que provoca aumentos en la inversión de
    capital y en los pagos de dividendos e intereses. Puede que el
    gasto de los individuos también aumente debido a la
    sensación de que más vale comprar ahora porque
    después será más caro; la apreciación
    potencial de los precios de los bienes duraderos puede atraer a
    los inversores. La inflación nacional puede, de forma
    temporal, mejorar la situación de la balanza
    comercial si se puede vender la misma cantidad de bienes a
    mayores precios. Los gastos del gobierno también aumentan
    porque suelen estar explícita, o implícitamente,
    relacionados con las tasas de inflación para mantener el
    valor real de las transferencias y servicios que proporciona el
    gobierno. Los funcionarios también pueden prever la
    inflación y por lo tanto establecer mayores necesidades
    presupuestarias previendo unos menores ingresos impositivos
    reales debido a la inflación.

    Sin embargo, a pesar de estas ganancias temporales, la
    inflación distorsiona la actividad económica
    normal; cuanto menos regular sea la tasa de inflación,
    mayor serán estas distorsiones. Normalmente, los tipos de
    interés reflejan la tasa de inflación esperada;
    cuanto mayor sea ésta, más altos serán los
    tipos de interés y más aumentarán los costes
    de las empresas, además de disminuir los gastos de consumo
    y el valor real de los bonos y las acciones. Los
    mayores tipos de interés en las hipotecas y el aumento del
    precio de los
    alquileres disminuye la tasa de construcción de
    viviendas.

    La inflación disminuye el poder adquisitivo de
    los ingresos y de los activos financieros, por lo que reduce el
    consumo, sobre todo si los consumidores no pueden, o no quieren,
    acudir a sus ahorros o aumentar el volumen de sus deudas. La
    inversión de las empresas también disminuye a
    medida que la actividad económica se reduce, y los
    beneficios son menores porque los trabajadores demandan un
    aumento de sus salarios mediante cláusulas que obligan a
    los empresarios a defender a los trabajadores de la
    inflación crónica mediante subidas salariales
    automáticas en función del aumento del coste de la
    vida. Los precios de casi todas las materias primas responden
    rápidamente ante señales
    inflacionistas. Los mayores precios de los bienes que se exportan
    pueden disminuir las ventas en el exterior, creando
    déficit comerciales y problemas en los tipos de cambio. La
    inflación es uno de los principales determinantes de los
    ciclos económicos que provocan distorsiones en el nivel de
    precios y de empleo, así como una incertidumbre
    económica a nivel mundial.

    Los efectos de la inflación sobre el bienestar
    individual dependen de muchas variables. Aquellas personas que
    tienen ingresos relativamente fijos, sobre todo cuando pertenecen
    a los grupos de menores
    ingresos, están muy afectadas por la creciente
    inflación, mientras que aquellas que tienen ingresos
    flexibles pueden mantener su nivel de bienestar e incluso
    mejorarlo. Aquellas personas cuyos ingresos provienen de activos
    con valores nominales fijos, como las cuentas de
    ahorro, las pensiones, las pólizas de seguros y los
    instrumentos financieros a largo plazo padecen una pérdida
    de riqueza real; sin embargo, aquellos activos cuyo valor es
    variable, como la propiedad inmobiliaria, las obras de arte, las
    materias primas y los bienes duraderos pueden experimentar
    subidas de precios iguales o superiores al alza del nivel general
    de precios. Los trabajadores del sector privado exigirán
    que sus contratos
    laborales lleven cláusulas de ajuste que permitan que sus
    salarios no padezcan la subida del coste de la vida. Los
    prestatarios suelen beneficiarse de los efectos de la
    inflación, mientras que los prestamistas pierden dinero,
    ya que los préstamos hipotecarios, personales, comerciales
    y públicos se pagarán con un dinero que
    tendrá menor poder adquisitivo y los tipos de
    interés aumentarán después de que los
    precios se hayan incrementado. La toma de
    decisiones económicas, tanto pública como
    privada, puede depender de un factor psicológico
    inflacionista.

    Medidas de
    estabilización

    Cualquier intento serio de atacar la inflación
    implicará dificultades y riesgos,
    siendo además un proceso largo porque las medidas
    restrictivas tienden a reducir la producción y el empleo
    antes de que se hagan patentes los beneficios. Por otra parte,
    las medidas fiscales y monetarias expansivas tienden a aumentar
    el nivel de actividad económica antes de que aumenten los
    precios. Estos riesgos económicos y políticos
    explican por qué predominan las políticas
    expansionistas.

    Las medidas de estabilización anulan los efectos
    de la inflación y la deflación al restablecer el
    nivel normal de actividad económica. Para que sean
    efectivas, estas medidas tienen que ser permanentes y no
    solamente ajustes temporales que, a menudo, no consiguen
    más que agravar las variaciones cíclicas. El
    requisito indispensable para luchar contra la inflación
    implica que la cantidad de dinero y de créditos crezca a
    una tasa estable en función de las necesidades de
    crecimiento de la economía real y financiera. Los bancos
    centrales pueden determinar, a largo plazo, la disponibilidad de
    dinero y créditos controlando las reservas financieras
    necesarias, y con otro tipo de medidas. La restricción
    monetaria durante las recesiones cíclicas permite la
    recuperación financiera. Sin embargo, las autoridades
    monetarias no pueden imponer la estabilidad económica si
    la inversión y el consumo privados siguen creando
    presiones inflacionistas o deflacionistas, o si el resto de la
    política
    económica entra en contradicción con la
    política monetaria anti-inflacionista. El gasto
    público y la política impositiva tienen que ser
    coherentes con la actuación monetaria con el fin de lograr
    estabilidad y evitar excesivas oscilaciones en la política
    económica.

    Concretamente, los gobiernos tienen que financiar sus
    enormes déficit presupuestarios o bien pidiendo prestado o
    bien emitiendo dinero. Si se adopta esta última medida,
    las presiones inflacionistas aparecen inevitablemente. La
    única forma de lograr que las medidas de
    estabilización sean efectivas es manteniendo una
    política monetaria y fiscal estable
    y coordinada.

    También es necesario emprender medidas desde el
    lado de la oferta para luchar contra la inflación y evitar
    los efectos de estancamiento económico debidos a la
    deflación. Entre las posibles medidas a tomar desde el
    lado de la oferta se encuentran las medidas incentivadoras del
    ahorro y la inversión; mayor gasto para el desarrollo y la
    aplicación de nuevas tecnologías; la mejora de las
    técnicas de gestión
    y de la productividad del trabajo a través de la educación y las
    prácticas laborales; mayores esfuerzos para mantener
    estable el valor de las materias primas y para desarrollar nuevos
    recursos; y la reducción de la excesiva regulación
    gubernamental.

    Algunos analistas recomiendan la aplicación de
    políticas de rentas para luchar contra la
    inflación. Estas políticas abarcan desde las
    imposiciones gubernamentales sobre niveles de precios, salarios,
    rentas y tipos de interés hasta los incentivos fiscales, o
    simplemente recomendaciones hechas por el gobierno. Algunos
    afirman que la intervención del gobierno podría
    complementar las principales medidas económicas monetarias
    y fiscales, pero los críticos de esta postura
    señalan las ineficiencias de los anteriores programas de
    control en los países desarrollados. Entra en lo posible
    que las futuras medidas de estabilización se
    basarán en coordinar las políticas monetarias y
    fiscales y en aumentar los esfuerzos desde el lado de la oferta
    para mantener la productividad y desarrollar nuevas
    tecnologías.

    Todos los temas relacionados con la inflación, la
    deflación y las políticas asociadas con estas
    problemáticas están adquiriendo mayor importancia
    debido a la creciente movilidad de la inversión y a la
    especulación de los mercados internacionales que cada vez
    están más interrelacionados, sobre todo en las
    últimas décadas del siglo XX. Dado que las finanzas
    internacionales pueden cambiar el valor de una moneda en
    cuestión de minutos, o llevar a un país a la crisis
    económica, la gestión
    empresarial está adquiriendo un papel relevante a la
    hora de lograr la estabilidad económica.

    Servicios sociales, en un sentido amplio, es la
    prestación de servicios sanitarios y educativos, la
    protección social del trabajo y la vivienda, los seguros y
    subsidios de renta, y la asistencia social individual; la
    finalidad de los servicios sociales es satisfacer determinadas
    necesidades humanas en una comunidad. En un
    sentido restringido, los servicios sociales son actividades
    técnicas organizadas por las administraciones
    públicas y enmarcadas dentro de las políticas de
    bienestar social (véase Política
    social), cuyo objetivo es la prevención,
    rehabilitación o asistencia de individuos, familias o
    grupos
    sociales con amplias carencias y demandas, en pro de la
    igualdad de
    oportunidades, la realización personal, la
    integración social y la solidaridad. Los
    servicios sociales cubren los siguientes sectores de población: mujer, menores,
    juventud,
    tercera edad, minusválidos, toxicómanos,
    delincuentes y reclusos, minorías étnicas,
    emigrantes y personas en situación de pobreza y
    marginalidad.

    La familia ha sido la principal fuente de asistencia y
    provisión de servicios a lo largo de toda la historia de
    la humanidad. Sin embargo, siempre existió la
    polémica sobre la entidad que debía
    responsabilizarse a nivel suprafamiliar: el Estado, la Iglesia o
    la
    administración local. La caridad y la beneficencia
    pública son un producto
    fundamental de la sociedad
    medieval, en la que existía una red de gobierno local
    más organizada y compleja que en el Imperio romano,
    más centralizado, aunque el florecimiento de los Estados
    (desde pequeños principados a amplias jurisdicciones) ya
    dejaba entrever el auge del Estado de bienestar de la era
    moderna.

    En Europa, durante el Antiguo Régimen, la Iglesia
    fue la principal responsable de la asistencia social y de la
    provisión de servicios sociales a la comunidad. En el
    siglo XIX, el auge de conceptos como clase social y sociedad, la
    centralización de la administración del Estado y las nuevas
    experiencias de mutualismo patronal y obrero culminarían
    en reformas fundamentales (como la de Bismarck en la Alemania de
    1881 o, a principios del siglo XX, la de Lloyd George y Attlee en
    Gran Bretaña) surgiendo el embrión de la Seguridad
    Social y posteriormente el moderno Estado de
    bienestar.

    Tradicionalmente, la mayor parte de los servicios
    sociales no estaban gestionados por el Estado, y un alto
    número de asistentes o trabajadores sociales (véase
    Trabajo social)
    eran familiares y vecinos. El avance de la medicina y
    la ciencia
    aumentó las esperanzas de vida de la población, y
    el papel de las familias y vecinos lo realizaron funcionarios del
    Estado, como enfermeras, maestros o policías.

    El grado de desarrollo de los servicios sociales, como
    la sanidad o la educación, y el nivel
    de colaboración entre la administración central (el
    Estado) y las administraciones locales (ayuntamientos,
    comunidades, etcétera), así como entre las
    organizaciones voluntarias, varía de manera considerable
    según el país.

    En las sociedades
    occidentales con derechos sociales amplios,
    donde impera el Estado de bienestar, el mantenimiento de los
    servicios sociales también provoca fuertes controversias.
    El porcentaje habitual de la renta nacional invertido en
    servicios sociales por los países económicamente
    más avanzados es del 30 por ciento. Sin embargo,
    actualmente algunos gobiernos están interesados en reducir
    sus gastos sociales para que la comunidad libere al Estado de
    gran parte de las cargas de asistencia social y servicios
    sociales, pero, hay que tener presente que estas medidas implican
    no reconocer estos servicios como derechos inalienables de los
    ciudadanos. Por otro lado, expertos en el tema han demostrado que
    la inversión en bienestar social va unida al progreso
    económico, ya que los países que mantienen altos
    gastos sociales tienen asimismo un rápido crecimiento
    económico. En consecuencia, el gasto social, más
    que constituir la causa de una crisis económica, forma
    parte de su solución.

    Renta nacional, en teoría
    económica, ingresos netos totales obtenidos por la
    población de un país al producir el output nacional
    de bienes y servicios durante un periodo de tiempo, normalmente
    el año natural.

    Cálculo de la renta nacional

    Las cifras de la renta nacional provienen de la cifra
    básica denominada producto nacional bruto (PNB) y son el
    resultado de una serie de sumas y restas a partir de esa cifra.
    Los economistas suelen calcular las cifras de renta desde dos
    perspectivas distintas. En una de ellas las cifras de renta son
    la suma total anual pagada a los factores de producción:
    la renta de la tierra, los
    salarios del trabajo, los intereses del capital y los beneficios
    de los empresarios. Una segunda perspectiva para el cálculo de
    la renta nacional es el valor monetario total neto de la
    producción nacional de bienes y servicios. La igualdad
    entre renta nacional y producto nacional se debe a que la renta y
    el producto son dos caras de la misma actividad de
    producción.

    Una preocupación de índole estadística se refiere al cálculo
    del valor. La dificultad deriva del hecho de que el valor de un
    producto final incluye el de sus partes integrantes. Se tiene por
    lo tanto que evitar la doble contabilización de forma que
    se incluya únicamente el valor del producto
    final.

    De la cifra que expresa el valor de la renta nacional se
    excluye el valor de las transacciones que no reflejan un pago a
    los factores de producción o que no añaden valor al
    producto nacional, como pueden ser las herencias, los regalos o
    las ganancias de capital provenientes de los activos.

    Las estadísticas de la renta nacional pueden
    tomarse como un índice de la prosperidad de una nación
    si los precios utilizados para calcular la renta y el producto
    son un indicador razonable del bienestar económico del
    país y de los cambios en los precios y en la calidad de
    los bienes. Al comparar los totales de la renta nacional para
    varios años hay que prestar atención al poder adquisitivo de los valores
    que representan estas cifras o, como se suele denominar, a la
    renta nacional real.

    Partes: 1, 2

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