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    Fábulas literarias
     Tomás de Iriarte
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Fábulas literarias

Tomás de Iriarte


[Nota preliminar: Edición digital a partir de Colección de obras en verso y prosa de D. Tomás de Iriarte, T. I, Madrid, Impta. de Benito Cano, 1787 y Poetas líricos del siglo XVIII, ed. Leopoldo A. Cueto, BAE, LXIII, pp. 21-23, y cotejada con la edición crítica de Ángel Luis Prieto de Paula, Madrid, Cátedra, 1992.]




ArribaAbajoPrólogo: El elefante y otros animales


Ningún particular debe ofenderse de lo que se dice en común


Abajo   Allá, en tiempo de entonces
y en tierras muy remotas,
cuando hablaban los brutos
su cierta jerigonza,
notó el sabio elefante  5
que entre ellos era moda
incurrir en abusos
dignos de gran reforma.
Afeárselos quiere
y a este fin los convoca.  10
Hace una reverencia
a todos con la trompa
y empieza a persuadirlos
en una arenga docta
que para aquel intento  15
estudió de memoria.
Abominando estuvo,
por más de un cuarto de hora,
mil ridículas faltas,
mil costumbres viciosas:  20
la nociva pereza,
la afectada bambolla,
la arrogante ignorancia,
la envidia maliciosa.
   Gustosos en extremo  25
y abriendo tanta boca,
sus consejos oían
muchos de aquella tropa:
el cordero inocente,
la siempre fiel paloma,  30
el leal perdiguero,
la abeja artificiosa,
el caballo obediente,
la hormiga afanadora,
el hábil jilguerillo,  35
la simple mariposa.
   Pero del auditorio
otra porción no corta,
ofendida, no pudo
sufrir tanta parola.  40
El tigre, el rapaz lobo
contra el censor se enojan.
¡Qué de injurias vomita
la sierpe venenosa!
Murmuran por lo bajo,  45
zumbando en voces roncas,
el zángano, la avispa,
el tábano y la mosca.
Sálense del concurso,
por no escuchar sus glorias,  50
el cigarrón dañino,
la oruga y la langosta.
La garduña se encoge,
disimula la zorra,
y el insolente mono  55
hace de todo mofa.
   Estaba el elefante
viéndolo con pachorra,
y su razonamiento
concluyó en esta forma:  60
«A todos y a ninguno
mis advertencias tocan:
quien las siente, se culpa;
el que no, que las oiga».

   Quien mis fábulas lea,  65
sepa también que todas
hablan a mil naciones,
no sólo a la española.
Ni de estos tiempos hablan,
porque defectos notan  70
que hubo en el mundo siempre,
como los hay ahora.
Y, pues no vituperan
señaladas personas,
quien haga aplicaciones,  75
con su pan se lo coma.








ArribaAbajoEl gusano de seda y la araña


Se ha de considerar la calidad de la obra, y no el tiempo que se ha tardado en hacerla

ArribaAbajo   Trabajando un gusano su capullo,
la araña, que tejía a toda prisa,
de esta suerte le habló con falsa risa,
muy propia de su orgullo:
«¿Qué dice de mi tela el seor gusano?  5
Esta mañana la empecé temprano,
y ya estará acabada a mediodía.
¡Mire qué sutil es, mire qué bella!...»
El gusano, con sorna, respondía:
«¡Usted tiene razón; así sale ella!»  10






ArribaAbajoEl oso, la mona y el cerdo


Nunca una obra se acredita tanto de mala como cuando la aplauden los necios


ArribaAbajo   Un oso, con que la vida
ganaba un piamontés,
la no muy bien aprendida
danza ensayaba en dos pies.

   Queriendo hacer de persona,  5
dijo a una mona: «¿Qué tal?»
Era perita la mona,
y respondióle: «Muy mal».

   «Yo creo -replicó el oso-
que me haces poco favor.  10
Pues ¿qué?, ¿mi aire no es garboso?
¿No hago el paso con primor?»

   Estaba el cerdo presente,
y dijo: «¡Bravo! ¡Bien va!
Bailarín más excelente  15
no se ha visto ni verá».

   Echó el oso, al oír esto,
sus cuentas allá entre sí,
y con ademán modesto,
hubo de exclamar así:  20

   «Cuando me desaprobaba
la mona, llegué a dudar;
mas ya que el cerdo me alaba,
muy mal debo de bailar».

   Guarde para su regalo  25
esta sentencia un autor:
si el sabio no aprueba, ¡malo!
si el necio aplaude, ¡peor!






ArribaAbajoLa abeja y los zánganos


Fácilmente se luce con citar y elogiar a los hombres grandes de la Antigüedad; el mérito está en imitarlos


ArribaAbajo   A tratar de un gravísimo negocio
se juntaron los zánganos un día.
Cada cual varios medios discurría
para disimular su inútil ocio;
y, por librarse de tan fea nota  5
a vista de los otros animales,
aun el más perezoso y más idiota
quería, bien o mal, hacer panales.
Mas como el trabajar les era duro,
y el enjambre inexperto  10
no estaba muy seguro
de rematar la empresa con acierto,
intentaron salir de aquel apuro
con acudir a una colmena vieja,
y sacar el cadáver de una abeja  15
muy hábil en su tiempo y laboriosa;
hacerla, con la pompa más honrosa,
unas grandes exequias funerales,
y susurrar elogios inmortales
de lo ingeniosa que era  20
en labrar dulce miel y blanda cera.
Con esto se alababan tan ufanos,
que una abeja les dijo por despique:
«¿No trabajáis más que eso? Pues, hermanos,
jamás equivaldrá vuestro zumbido  25
a una gota de miel que yo fabrique».

   ¡Cuántos pasar por sabios han querido
con citar a los muertos que lo han sido!
¡Y qué pomposamente que los citan!
Mas pregunto yo ahora: ¿los imitan?  30






ArribaAbajoLos dos loros y la cotorra


Los que corrompen su idioma no tienen otro desquite que llamar puristas a los que le hablan con propiedad, como si el serlo fuera tacha

ArribaAbajo   De Santo Domingo trajo
dos loros una señora.
La isla en parte es francesa,
y en otra parte española.
Así, cada animalito  5
hablaba distinto idioma.
Pusiéronlos al balcón,
y aquello era Babilonia.
De francés y castellano
hicieron tal pepitoria,  10
que al cabo ya no sabían
hablar ni una lengua ni otra.
El francés, del español
tomó voces, aunque pocas;
el español al francés,  15
casi se las toma todas.
   Manda el ama separarlos,
y el francés luego reforma
las palabras que aprendió
de lengua que no es de moda.  20
El español, al contrario,
no olvida la jerigonza,
y aun discurre que con ella
ilustra su lengua propia.
Llegó a pedir en francés  25
los garbanzos de la olla;
y desde el balcón de enfrente
una erudita cotorra
la carcajada soltó,
haciendo del loro mofa.  30
Él respondió solamente,
como por tacha afrentosa:
«Vos no sois que una PURISTA».
Y ella dijo: «A mucha honra».
¡Vaya, que los loros son  35
lo mismo que las personas!






ArribaAbajoEl mono y el titiritero


Sin claridad no hay obra buena


ArribaAbajo   El fidedigno padre Valdecebro,
que en discurrir historias de animales
se calentó el celebro,
pintándolos con pelos y señales;
que, en estilo encumbrado y elocuente,  5
del unicornio cuenta maravillas,
y el ave fénix cree a pie juntillas,
(no tengo bien presente
si es en el libro octavo u en el nono),
refiere el caso de un famoso mono.  10
   Éste, pues, que era diestro
en mil habilidades, y servía
a un gran titiritero, quiso un día,
mientras estaba ausente su maestro,
convidar diferentes animales,  15
de aquellos más amigos,
a que fuesen testigos
de todas sus monadas principales.
Empezó por hacer la mortecina;
después, bailó en la cuerda a la arlequina,  20
con el salto mortal y la campana;
luego, el despeñadero,
la espatarrada, vueltas de carnero,
y al fin el ejercicio a la prusiana.
De estas y de otras gracias hizo alarde.  25
Mas lo mejor faltaba todavía,
pues, imitando lo que su amo hacía,
ofrecerles pensó, porque la tarde
completa fuese y la función amena,
de la linterna mágica una escena.  30
   Luego que la atención del auditorio
con un preparatorio
exordio concilió, según es uso,
detrás de aquella máquina se puso;
y durante el manejo  35
de los vidrios pintados,
fáciles de mover a todos lados,
las diversas figuras
iba explicando con locuaz despejo.
   Estaba el cuarto a oscuras,  40
cual se requiere en casos semejantes;
y aunque los circunstantes
observaban atentos,
ninguno ver podía los portentos
que con tanta parola y grave tono  45
les anunciaba el ingenioso mono.
   Todos se confundían, sospechando
que aquello era burlarse de la gente.
Estaba el mono ya corrido, cuando
entró maese Pedro de repente,  50
e informado del lance, entre severo
y risueño, le dijo: «¡Majadero!,
¿de qué sirve tu charla sempiterna,
si tienes apagada la linterna?»

   Perdonadme, sutiles y altas Musas,  55
las que hacéis vanidad de ser confusas:
¿os puedo yo decir con mejor modo
que sin la claridad os falta todo?






ArribaAbajoLa campana y el esquilón


Con hablar poco y gravemente, logran muchos opinión de hombres grandes

ArribaAbajo   En cierta catedral una campana había
que sólo se tocaba algún solemne día.
Con el más recio son, con pausado compás,
cuatro golpes o tres solía dar, no más.
Por esto, y ser mayor de la ordinaria marca,  5
celebrada fue siempre en toda la comarca.
   Tenía la ciudad, en su jurisdicción,
una aldea infeliz, de corta población,
siendo su parroquial una pobre iglesita,
con chico campanario, a modo de una ermita;  10
y un rajado esquilón, pendiente en medio de él,
era allí quien hacía el principal papel.
   A fin de que imitase aqueste campanario
al de la catedral, dispuso el vecindario
que despacio y muy poco el dichoso esquilón  15
se hubiese de tocar sólo en tal cual función;
y pudo tanto aquello en la gente aldeana,
que el esquilón pasó por una gran campana.
   Muy verosímil es, pues que la gravedad
suple en muchos así por la capacidad.  20
Dígnanse rara vez de despegar sus labios,
y piensan que con esto imitan a los sabios.






ArribaAbajoEl burro flautista


Sin reglas del arte, el que en algo acierta, acierta por casualidad


ArribaAbajo   Esta fabulilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.

   Cerca de unos prados  5
que hay en mi lugar,
pasaba un borrico
por casualidad.

   Una flauta en ellos
halló, que un zagal  10
se dejó olvidada
por casualidad.

   Acercóse a olerla
el dicho animal,
y dio un resoplido  15
por casualidad.

   En la flauta el aire
se hubo de colar,
y sonó la flauta
por casualidad.  20

   «¡Oh! -dijo el borrico-,
¡qué bien sé tocar!
¡Y dirán que es mala
la música asnal!»

   Sin reglas del arte,  25
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad.






ArribaAbajoLa hormiga y la pulga


Para no alabar las obras buenas, algunos las suponen de fácil ejecución


ArribaAbajo   Tienen algunos un gracioso modo
de aparentar que se lo saben todo,
pues cuando oyen o ven cualquiera cosa,
por más nueva que sea y primorosa,
muy trivial y muy fácil la suponen,  5
y a tener que alabarla no se exponen.
Esta casta de gente
no se me ha de escapar, por vida mía,
sin que lleve su fábula corriente,
aunque gaste en hacerla todo un día.  10

   A la pulga la hormiga refería
lo mucho que se afana,
y con qué industrias el sustento gana;
de qué suerte fabrica el hormiguero,
cuál es la habitación, cuál el granero,  15
cómo el grano acarrea,
repartiendo entre todas la tarea;
con otras menudencias muy curiosas
que pudieran pasar por fabulosas,
si diarias experiencias  20
no las acreditasen de evidencias.

   A todas sus razones
contestaba la pulga, no diciendo
más que estas u otras tales expresiones:
«Pues ya..., sí..., se supone, bien..., lo entiendo...,  25
ya lo decía yo..., sin duda..., es claro...,
está visto: ¿tiene eso algo de raro?»

   La hormiga, que salió de sus casillas
al oír estas vanas respuestillas,
dijo a la pulga: «Amiga, pues yo quiero  30
que venga usted conmigo al hormiguero.
Ya que con ese tono de maestra
todo lo facilita y da por hecho,
siquiera para muestra,
ayúdenos en algo de provecho».  35

   La pulga, dando un brinco muy ligera,
respondió con grandísimo desuello:
«¡Miren qué friolera!
Y ¿tanto piensas que me costaría?
Todo es ponerse a ello...  40
pero... tengo que hacer... Hasta otro día».






ArribaAbajoLa parietaria y el tomillo


Nadie pretenda ser tenido por autor, sólo con poner un ligero prólogo o algunas notas a libro ajeno


ArribaAbajo   Yo leí, no sé dónde, que, en la lengua herbolaria
saludando al tomillo la hierba parietaria,
con socarronería le dijo de esta suerte:
«Dios te guarde, tomillo: lástima me da verte;
que aunque más oloroso que todas estas plantas,  5
apenas medio palmo del suelo te levantas».
Él responde: «Querida, chico soy, pero crezco
sin ayuda nadie. Yo sí te compadezco,
pues, por más que presumas, ni medio palmo puedes
medrar, si no te arrimas a una de esas paredes».  10

   Cuando veo yo algunos que de otros escritores
a la sombra se arriman, y piensan ser autores
con poner cuatro notas o hacer un prologuillo,
estoy por aplicarles lo que dijo el tomillo.






ArribaAbajoLos dos conejos


No debemos detenernos en cuestiones frívolas, olvidando el asunto principal


ArribaAbajo   Por entre unas matas,
seguido de perros
-no diré corría-
volaba un conejo.

   De su madriguera  5
salió un compañero,
y le dijo: «Tente,
amigo, ¿qué es esto?»

   «¿Qué ha de ser? -responde-;
sin aliento llego...  10
Dos pícaros galgos
me vienen siguiendo».

   «Sí -replica el otro-,
por allí los veo...
Pero no son galgos».  15
«¿Pues qué son?» «Podencos».

   «¿Qué? ¿Podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos;
bien vistos los tengo».  20

   «Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso».
«Son galgos, te digo».
«Digo que podencos».

   En esta disputa  25
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.

   Los que por cuestiones
de poco momento  30
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.






ArribaAbajoLos huevos


No falta quien quiera pasar por autor original, cuando no hace más que repetir con corta diferencia lo que otros muchos han dicho


ArribaAbajo   Más allá de las islas Filipinas,
hay una, que ni sé cómo se llama
ni me importa saberlo, donde es fama
que jamás hubo casta de gallinas,
hasta que allá un viajero  5
llevó por accidente un gallinero.
Al fin tal fue la cría, que ya el plato
más común y barato
era de huevos frescos; pero todos
los pasaban por agua (que el viajante  10
no enseñó a componerlos de otros modos).
   Luego, de aquella tierra un habitante
introdujo el comerlos estrellados.
¡Oh! ¡Qué elogios se oyeron a porfía
de su rara y fecunda fantasía!  15
Otro discurre hacerlos escalfados...
¡Pensamiento feliz!... Otro, rellenos...
¡Ahora sí que están los huevos buenos!
Uno, después, inventa la tortilla,
y todos claman ya: «¡Qué maravilla!»  20
   No bien se pasó un año,
cuando otro dijo: «Sois unos petates;
yo los haré revueltos con tomates».
Y aquel guiso de huevos tan extraño,
con que toda la isla se alborota,  25
hubiera estado largo tiempo en uso,
a no ser porque luego los compuso
un famoso extranjero a la hugonota.
   Esto hicieron diversos cocineros;
pero ¡qué condimentos delicados  30
no añadieron después los reposteros!
Moles, dobles, hilados,
en caramelo, en leche,
en sorbete, en compota, en escabeche.
   Al cabo todos eran inventores,  35
y los últimos huevos, los mejores.
Mas un prudente anciano
les dijo un día: «Presumís en vano
de esas composiciones peregrinas.
¡Gracias al que nos trajo las gallinas!»  40

   Tantos autores nuevos
¿no se pudieran ir a guisar huevos
más allá de las islas Filipinas?






ArribaAbajoEl pato y la serpiente


Más vale saber una cosa bien que muchas mal


ArribaAbajo   A orillas de un estanque,
diciendo estaba un pato:
«¿A qué animal dio el cielo
los dones que me ha dado?

   Soy de agua, tierra y aire:  5
cuando de andar me canso,
si se me antoja, vuelo;
si se me antoja, nado».

    Una serpiente astuta,
que le estaba escuchando,  10
le llamó con un silbo
y le dijo «¡Seó guapo!

   no hay que echar tantas plantas;
pues ni anda como el gamo,
ni vuela como el sacre,  15
ni nada como el barbo;

   y así, tenga sabido
que lo importante y raro
no es entender de todo,
sino ser diestro en algo».  20






ArribaAbajoEl manguito, el abanico y el quitasol


También suele ser nulidad el no saber más que una cosa; extremo opuesto del defecto reprehendido en la fábula antecedente


ArribaAbajo   Si querer entender de todo
es ridícula presunción,
servir sólo para una cosa
suele ser falta no menor.

   Sobre una mesa, cierto día,  5
dando estaba conversación
a un abanico y a un manguito
un paraguas o quitasol.

   Y, en la lengua que en otro tiempo
con la olla el caldero habló,  10
a sus dos compañeros dijo:
«¡Oh, qué buenas alhajas sois!

   Tú, manguito, en invierno sirves;
en verano vas a un rincón.
Tú, abanico, eres mueble inútil  15
cuando el frío sigue al calor.

   No sabéis salir de un oficio.
Aprended de mí, pese a vos,
que en el invierno soy paraguas
y en el verano quitasol».  20






ArribaAbajoLa rana y el renacuajo


¡Qué despreciable es la poesía de mucha hojarasca!


ArribaAbajo   En la orilla del Tajo
hablaba con la rana el renacuajo,
alabando las hojas, la espesura
de un gran cañaveral y su verdura.
   Mas luego que del viento  5
el ímpetu violento
una caña abatió, que cayó al río,
en tono de lección dijo la rana:
   «Ven a verla, hijo mío;
por de fuera muy tersa, muy lozana;  10
por dentro toda fofa, toda vana».

   Si la rana entendiera poesía,
también de muchos versos lo diría.






ArribaAbajoLa avutarda


Muy ridículo papel hacen los plagiarios que escriben centones


ArribaAbajo   De sus hijos la torpe avutarda
el pesado volar conocía,
deseando sacar una cría
más ligera, aunque fuese bastarda.

   A este fin, muchos huevos robados  5
de alcotán, de jilguero y paloma,
de perdiz y de tórtola toma,
y en su nido los guarda mezclados.

   Largo tiempo se estuvo sobre ellos,
y aunque hueros salieron bastantes,  10
produjeron, por fin, los restantes
varias castas de pájaros bellos.

   La avutarda mil aves convida
por lucirlo con cría tan nueva;
sus polluelos cada ave se lleva,  15
y hete aquí la avutarda lucida.

   Los que andáis empollando obras de otros,
sacad, pues, a volar vuestra cría.
Ya dirá cada autor: «Ésta es mía»,
y veremos qué os queda a vosotros.  20






ArribaAbajoEl jilguero y el cisne


Nada sirve la fama si no corresponden las obras


ArribaAbajo   «Calla tú, pajarillo vocinglero
-dijo el cisne al jilguero-.
¿A cantar me provocas, cuando sabes
que de mi voz la dulce melodía
nunca ha tenido igual entre las aves?»  5
   El jilguero sus trinos repetía,
y el cisne continuaba: «¡Qué insolencia!
¡Miren cómo me insulta el musiquillo!
Si con soltar mi canto no le humillo,
dé muchas gracias a mi gran prudencia».  10
   «¡Ojalá que cantaras!
-le respondió por fin el pajarillo-.
¡Cuánto no admirarías
con las cadencias raras
que ninguno asegura haberte oído,  15
aunque logran más fama que las mías!...»
Quiso el cisne cantar, y dio un graznido.

   ¡Gran cosa! Ganar crédito sin ciencia,
y perderle en llegando a la experiencia.






ArribaAbajoEl caminante y la mula de alquiler


Los que empiezan elevando el estilo, se ven tal vez precisados a humillarle después demasiado


ArribaAbajo   Harta de paja y cebada,
una mula de alquiler
salía de la posada,

   y tanto empezó a correr,
que apenas el caminante  5
la podía detener.

   No dudó que en un instante
su media jornada haría;
pero algo más adelante

   la falsa caballería  10
ya iba retardando el paso.
«¿Si lo hará de picardía?...

   ¡Arre!... ¿Te paras?... Acaso
metiendo la espuela... Nada.
Mucho me temo un fracaso...  15

   Esta vara, que es delgada...
Menos... Pues este aguijón...
Mas ¿si estará ya cansada?

   Coces tira... y mordiscón.
¡Se vuelve contra el jinete!  20
¡Oh, qué corcovo, qué envión!

   Aunque las piernas apriete...
Ni por ésas... ¡Voto a quién!
¡Barrabás que la sujete!

   Por fin dio en tierra... ¡Muy bien!  25
¿Y eres tú la que corrías?...
¡Mal muermo te mate, amén!

   No me fiaré en mis días
de mula que empiece haciendo
semejantes valentías».  30

   Después de este lance, en viendo
que un autor ha principiado
con altisonante estruendo,

   al punto digo: «¡Cuidado!
¡Tente, hombre!, que te has de ver  35
en el vergonzoso estado
de la mula de alquiler».






ArribaAbajoLa cabra y el caballo


Hay malos escritores que se lisonjean fácilmente de lograr fama póstuma cuando no han podido merecerla en vida


ArribaAbajo   Estábase una cabra muy atenta
largo rato escuchando
de un acorde violín el eco blando.
Los pies se la bailaban de contenta,
y a cierto jaco que, también suspenso,  5
casi olvidaba el pienso,
dirigió de esta suerte la palabra:
«¿No oyes de aquellas cuerdas la armonía?
Pues sabe que son tripas de una cabra
que fue en un tiempo compañera mía.  10
Confío (¡dicha grande!) que algún día
no menos dulces trinos
formarán mis sonoros intestinos».
   Volvióse el buen rocín, y respondióla:
«A fe que no resuenan esas cuerdas  15
sino porque las hieren con las cerdas
que sufrí me arrancasen de la cola.
Mi dolor me costó, pasé mi susto;
pero, al fin, tengo el gusto
de ver qué lucimiento  20
debe a mi auxilio el músico instrumento.
Tú, que satisfacción igual esperas,
¿cuándo la gozarás? Después que mueras».

   Así, ni más ni menos, porque en vida
no ha conseguido ver su obra aplaudida,  25
algún mal escritor al juicio apela
de la posteridad, y se consuela.






ArribaAbajoLa abeja y el cuclillo


La variedad es requisito indispensable en las obras de gusto


ArribaAbajo   Saliendo del colmenar,
dijo al cuclillo la abeja:
«Calla, porque no me deja
tu ingrata voz trabajar.

   No hay ave tan fastidiosa  5
en el cantar como tú:
¡cucú, cucú y más cucú,
y siempre una misma cosa!»

   «¿Te cansa mi canto igual?
-el cuclillo respondió-.  10
Pues a fe que no hallo yo
variedad en tu panal;

   y pues que del propio modo
fabricas uno que ciento,
si yo nada nuevo invento,  15
en ti es viejísimo todo».

   A esto la abeja replica:
«En obra de utilidad,
la falta de variedad
no es lo que más perjudica;  20

   pero en obra destinada
sólo al gusto y diversión,
si no es varia la invención,
todo lo demás es nada».






ArribaAbajoEl ratón y el gato


Alguno que ha alabado una obra ignorando quién es su autor, suele vituperarla después que lo sabe

ArribaAbajo   Tuvo Esopo famosas ocurrencias.
¡Qué invención tan sencilla! ¡Qué sentencias!
He de poner, pues que la tengo a mano,
una fábula suya en castellano.
«Cierto -dijo un ratón en su agujero-:  5
no hay prenda más amable y estupenda
que la fidelidad; por eso quiero
tan de veras al perro perdiguero».
Un gato replicó: «Pues esa prenda
yo la tengo también...» Aquí se asusta  10
mi buen ratón, se esconde,
y torciendo el hocico le responde:
«¿Cómo? ¿La tienes tú?... Ya no me gusta».
   La alabanza que muchos creen justa,
injusta les parece  15
si ven que su contrario la merece.
«¿Qué tal, señor lector? La fabulilla
puede ser que le agrade y que le instruya».
«Es una maravilla;
dijo Esopo una cosa como suya».  20
«Pues mire usted: Esopo no la ha escrito;
salió de mi cabeza». «¿Conque es tuya?»
«Sí, señor erudito;
ya que antes tan feliz le parecía,
critíquemela ahora porque es mía».  25






ArribaAbajoLa lechuza


Atreverse a los autores muertos, y no a los vivos, no sólo es cobardía, sino traición


ArribaAbajo    Cobardes son y traidores
ciertos críticos que esperan,
para impugnar, a que mueran
los infelices autores,
porque, vivos, respondieran.  5

   Un breve caso a este intento
contaba una abuela mía.
Diz que un día en un convento
entró una lechuza... Miento,
que no debió ser un día.  10

   Fue, sin duda, estando el sol
ya muy lejos del ocaso...
Ella, en fin, se encontró al paso
una lámpara o farol
(que es lo mismo para el caso),  15

   y volviendo la trasera,
exclamó de esta manera:
«Lámpara, ¡con qué deleite
te chupara yo el aceite,
si tu luz no me ofendiera!  20

   Mas ya que ahora no puedo,
porque estás bien atizada,
si otra vez te hallo apagada,
sabré, perdiéndote el miedo,
darme una buena panzada».  25






ArribaAbajoLos perros y el trapero


ArribaAbajo   Aunque renieguen de mí
los críticos de que trato,
para darles un mal rato,
en otra fábula aquí
tengo de hacer su retrato.  5
   Estando, pues, un trapero
revolviendo un basurero,
ladrábanle, como suelen
cuando a tales hombres huelen,
dos parientes del Cerbero.  10
   Y díjoles un lebrel:
«Dejad a ese perillán,
que sabe quitar la piel
cuando encuentra muerto un can,
y cuando vivo, huye de él».  15






ArribaAbajoEl papagayo, el tordo y la marica


Conviene estudiar los autores originales, no los copiantes y malos traductores

ArribaAbajo   Oyendo un tordo hablar a un papagayo,
quiso que él, y no el hombre, le enseñara;
y con sólo un ensayo
creyó tener pronunciación tan clara,
que en ciertas ocasiones  5
a una marica daba ya lecciones.
Así salió tan diestra la marica
como aquel que al estudio se dedica
por copias y por malas traducciones.






ArribaAbajoEl lobo y el pastor


El libro que de suyo es malo, no deja de serlo porque tenga tal cual cosa buena


ArribaAbajo   Cierto lobo, hablando con cierto pastor,
«Amigo -le dijo-, yo no sé por qué
me has mirado siempre con odio y horror.
Tiénesme por malo; no lo soy, a fe.

   Mi piel en invierno ¡qué abrigo no da!  5
Achaques humanos cura más de mil,
y otra cosa tiene, que seguro está
que la piquen pulgas ni otro insecto vil.

   Mis uñas no trueco por las del tejón,
que contra el mal de ojo tienen gran virtud;  10
mis dientes ya sabes cuán útiles son,
y a cuántos con mi unto he dado salud».

   El pastor responde: «¡Perverso animal!
¡Maldígate el cielo, maldígate, amén!
Después que estás harto de hacer tanto mal,  15
¿qué importa que puedas hacer algún bien?»

   Al diablo los doy
tantos libros lobos como corren hoy.






ArribaAbajoEl león y el águila


Los que quieren hacer a dos partidos, suelen conseguir el desprecio de ambos


ArribaAbajo   El águila y el león
gran conferencia tuvieron
para arreglar entre sí
ciertos puntos de gobierno.
   Dio el águila muchas quejas  5
del murciélago, diciendo:
«¿Hasta cuándo este avechucho
nos ha de traer revueltos?
Con mis pájaros se mezcla,
dándose por uno de ellos,  10
y alega varias razones,
sobre todo la del vuelo.
Mas si se le antoja, dice:
«Hocico, y no pico, tengo.
¿Como ave queréis tratarme?  15
Pues cuadrúpedo me vuelvo».
Con mis vasallos murmura
de los brutos de tu imperio,
y cuando con éstos vive,
murmura también de aquéllos».  20
   «Está bien -dijo el león-.
Yo te juro que en mis reinos
no entre más». «Pues en los míos
-respondió el águila-, menos».
   Desde entonces, solitario  25
salir de noche le vemos,
pues ni alados ni patudos
quieren ya tal compañero.

   Murciélagos literarios,
que hacéis a pluma y a pelo,  30
si queréis vivir con todos,
miraos en este espejo.




    Fábulas literarias
     Tomás de Iriarte
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