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Tesoros bajo los bosques de niebla

Un grupo de ambientalistas vende bonos de carbono para proteger 700 hectáreas de importante ecosistema.

mariana escobar roldán /
07 de agosto de 2013 - 09:00 p. m.
Vista de bosques de  niebla en Guanacas,  Antioquia.  / Cortesía Andrés Escobar
Vista de bosques de niebla en Guanacas, Antioquia. / Cortesía Andrés Escobar

En 1970, Rodrigo Castaño hizo un recorrido de cuatro horas a caballo desde el centro de Santa Rosa de Osos hasta la finca de su abuelo, Lázaro Díaz, en la vereda Guanacas, justo en los límites de este municipio con Carolina del Príncipe, al nororiente de Antioquia.

Tenía cinco años y, según recuerda, aquella tierra era un extenso bosque con unas pocas familias campesinas dedicadas a la siembra de cultivos de pancoger y a la crianza de gallinas, de vez en cuando presas de los pumas, “almas de los Andes, guardianes del agua y habitantes ancestrales de la zona”.

Las 700 hectáreas de su abuelo, entonces gobernador del norte de Antioquia y presidente de los caminos reales, las rutas por donde transitaba el comercio de ese extremo del departamento, resultaron siendo mucho más valiosas de lo que se creía.

Como en pocos lugares de Colombia, allí abundan los bosques de niebla, comunidades de árboles, arbustos y otras plantas que transforman la niebla del ambiente en gotas de agua, las capturan y, en el momento oportuno, dejan que escurran por hojas, ramas y troncos para aumentar el nivel de los ríos y quebradas o dar origen a nuevos manantiales.

Estas fábricas de agua abastecen buena parte de la red de acueductos del Valle de Aburrá y a otros nueve municipios aledaños y generan un altísimo porcentaje de energía eléctrica a través de las centrales hidroeléctricas Porce II, Porce III, Troneras y Miraflores.

El bosque de Guanacas también almacena carbono atmosférico, lleva grandes masas de aire purificado a la capital antioqueña y sirve de hábitat de unas 80 especies de aves, 140 de árboles y gran variedad de reptiles y mamíferos, como el puma y el oso de anteojos.

De acuerdo con valoraciones que un equipo de arqueólogos de la U. de Antioquia realizó, hace 1.800 años los indígenas de las familias nutabe y tahamín ya tenían sus ojos puestos en Guanacas, que en chibcha significa “agua sagrada sobre piedra”. Estos bosques eran para ellos territorio sagrado ancestral.

Sin embargo, según cuenta Rodrigo Castaño, desde 1970, cuando surgieron las empresas lecheras, algunas amenazas comenzaron a extenderse bajo estos mantos de niebla. “Llegaron las compañías con sus promesas y la gente no tuvo más remedio que talar cientos de árboles para darles espacio a las vacas y los pastos. Vimos la destrucción de un 60% de los bosques en muy pocos años”, explica Castaño, y añade que en la actualidad las presiones aumentan por el interés de otras empresas en la extracción de madera y por el cultivo de papa y tomate de árbol en áreas boscosas.

La situación es tal que informes de Parques Nacionales revelan que estos ecosistemas se convirtieron en “los más diezmados de Colombia” y sólo queda un 4% de lo que fueron alguna vez.

Mark Mulligan, científico del King’s College de Londres y quien junto a Conservación Internacional realizó una investigación sobre el poder de los bosques de niebla para nutrir los embalses de Colombia (pueden filtrar el 50% del agua superficial disponible para las represas), estima que en el mundo se han perdido cerca del 55% de estos ecosistemas, unos 2,7 millones de kilómetros cuadrados, algo así como la superficie total de Argentina.

Con semejante panorama, Rodrigo Castaño, docente universitario que había heredado de su abuelo 120 hectáreas de Guanacas, decidió hacer realidad una frase con la que insistía en sus cátedras de humanismo: “La ética es el profundo respeto por la vida”.

Por ello, en 2005 le compró a su familia los pedazos de tierra que les habían correspondido y recuperó las 700 hectáreas que recorría de niño. Cercó el terreno para evitar el ingreso de vacas y caballos y comenzó una ardua labor para restaurar el lugar. “Si no lo hacía, iba a ser responsable de que los pumas perdieran su hogar y de que cada vez hubiera menos disponibilidad de agua”, asegura.

Desde entonces en Guanacas sólo se siembran árboles nativos, como roble, espaderos, palmas de cera (fundamentales para los loros orejiamarillos que habitan en ellas), dragos y sietecueros, entre otros cientos. La escuela de la vereda, fundada por su abuelo, Lázaro Díaz, en 1964, se convirtió en aula ambiental para formar a las 16 familias que viven en la zona en técnicas de agroecología (cultivos a baja escala, sin pesticidas ni químicos) y sobre cómo el ganado puede extinguir definitivamente los servicios ecosistémicos que presta el lugar.

Alianzas con universidades han servido para identificar la biodiversidad que posee la reserva y con cámaras trampa ya se ha podido identificar que los pumas regresan luego de décadas de haber perdido su territorio a manos de los grandes lecheros.

Como el objetivo a futuro es ampliar el margen de las 700 hectáreas a conservar, construir más corredores para la biodiversidad y entrenar a más niños y familias para que sean vigías del bosque, se formó la Alianza por los Bosques de Niebla, en la que participan la Fundación Guanacas (de Rodrigo Castaño), la Fundación Por El Ambiente, la Red Social Ecológica Ecoelink y Makú Corporación Ambiental.

Su propuesta es que las empresas, los individuos y las familias compren una especie de bono de carbono, denominado Eco-Bono, cuyo valor oscila entre los $9.000 y $90.000, para contribuir a la recuperación del equilibrio vital que han perdido los bosques de niebla, principalmente destinados a la siembra de los árboles nativos que se han perdido.

A cambio del aporte, el benefactor no sólo habrá apoyado la protección del ecosistema más amenazado del país, sino que podrá recibir una medición detallada de su huella de carbono, es decir, un análisis del impacto que cada persona genera con sus actividades diarias en términos de emisión de gases de efecto invernadero.

mescobar@elespectador.com

 

Por mariana escobar roldán /

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