Es la actitud humana de anteponer los intereses individuales a toda otra consideración de orden social. El término viene del latín ego, que es “yo”. Su antónimo es <altruismo. Pueden establecerse varios grados de egoísmo. En su expresión más aguda, el egoísmo deriva en la egolatría o en la autolatría, es decir, en la autoadoración. Esta es una grave anomalía del comportamiento: es el culto del yo. En menor escala, aunque también como una deformación psíquica, está el egocentrismo, que consiste en la exacerbación enfermiza del ego y en su colocación como centro de todo. Luego viene el egotismo, que lleva al hombre a hablar de sí mismo excesivamente aunque sin daño ni desdén para los demás. Los egotistas justifican su actitud en la legítima valoración que cada uno da a su propia dignidad. Es una postura más intelectual que práctica.
Pero la cuestión no es tan simple. Pueden combinarse, en la conducta humana, motivaciones egoístas y altruistas. Por eso el filósofo inglés Herbert Spencer (1820-1903) distinguió sentimientos egoístas, egoaltruistas y altruistas en el ser humano y el escritor francés François de La Rochefoucauld (1613-1680) elaboró su teoría del “amor propio” para explicar incluso los actos de altruismo.
El “egoaltruismo” de Spencer es la mezcla de los dos sentimientos contrarios: el egoísmo y el altruismo. Se produce cuando una persona, al servir a las demás e incluso al sacrificarse por ellas, experimenta un placer egoísta, de modo que la conducta altruista no es más que la realización de su egoísmo.
La Rochefoucauld desarrolló la teoría del amour prope como móvil principal de las acciones humanas. Según su criterio, las virtudes que aparecen como altruistas no son más que expresiones del amor propio. La generosidad es la vanidad de dar, la amistad responde al interés de las personas, la misericordia es una previsión contra los males que nos pueden venir y, así, por este orden, todo gira en torno al ego de cada persona.
Estas son las diferentes modalidades del egoísmo, como actitud ético-social.
Pero no deben confundirse esas anomalías del comportamiento humano con el egoísmo filosófico, sostenido como teoría por varios pensadores de diversas épocas. Ya en la Antigüedad, con su afirmación de que el hombre es la medida de todas las cosas, es decir, de que cada hombre es un punto vista sobre todo lo existente, Pitágoras (580-500) sentó las bases del egoísmo filosófico, que fue desarrollado más tarde por algunos pensadores, especialmente de finales del siglo XVIII. El “pienso, luego existo” de René Descartes (1596-1650) puede ser tomado también como un punto de partida del egoísmo filosófico, porque hace de cada individuo la perspectiva sobre el mundo.
Filosóficamente se define el egoísmo como la búsqueda que el hombre hace de su propio interés, evitando lo que le perjudica o le causa daño. Para ciertos filósofos ésta es una virtud o, a lo menos, es el cumplimiento de una ley natural. Desde este punto de vista, se puede decir que el egoísmo es una de las manifestaciones del instinto de conservación del ser humano. Sin él la especie se hubiera extinguido o no hubiera progresado. Esta inclinación innata en el hombre de cuidar de sí mismo y de perfeccionarse llevó al progreso social, por la vía de la suma de los progresos individuales.
Este es el egoísmo filosófico. El egoísmo político y el egoísmo económico tienen otras dimensiones. Se presentan fundamentalmente como la insaciable voracidad por el poder o por la acumulación riqueza, que es una forma de poder. Son egoísmos profundamente utilitarios.
El hombre es el único ser que busca el prestigio, la celebridad, el aprecio, la valoración y el reconocimiento de los demás. Se empeña no sólo en tener bienes materiales sino también inmateriales. Arriesga su vida por ellos. La lucha por el prestigio —como quiera que se lo llame: gloria, orgullo, thymos de los griegos, fama, amour propre al estilo de La Rochefoucauld— ha sido, desde los remotos tiempos, uno de los motores de la historia. Esto es normal. Pero cuando se convierte en una obsesión deriva en una suerte de egolatría política. En <culto a la personalidad.